‘Esperanza’: porque se han abierto muchas puertas a una Iglesia sinodal

Por Xiskya Valladares rp. para Religión Digital, publicado el 3 de noviembre de 2023

Si tuviera que definir el Sínodo con una palabra, esa sería esperanza. La esperanza en
una Iglesia renovada por el Espíritu Santo y enviada para la misión al mundo de hoy.
Quizás no suene novedoso, cierto, algo similar ya ocurrió en el ajetreo de Pentecostés
hace miles de años, y seguirá ocurriendo en la Iglesia hasta que Jesús vuelva. Pero la
novedad es esa: Un kairós donde un grupo de personas, venidas de muchos países del
mundo, con realidades muy distintas, sentadas en mesas redondas, en oración y con
paz, tratando temas muy variados que afectan a todos, llegan a la armonía, que es
«vínculo de comunión entre partes disímiles».


Aunque esto parezca poco, es muchísimo, dentro de un mundo, y una institución, no
acostumbrada a escuchar a todos. Cierto que en las covergencias muchos temas no han
quedado resueltos, y se ha apuntado a la necesidad de estudios serios en muchos
ámbitos. Esto no es un modo de entretener o postergar como he oído decir, sino un
consenso deliberado. Las decisiones delicadas requieren tiempo y estudios por parte
de expertos; un sínodo no tiene potestad para tomar decisiones doctrinales ni
canónicas. La conversación no estaba orientada a decidir sobre esos asuntos, sino
sobre la sinodalidad de la Iglesia.


Esto es algo que, fuera de la Asamblea sinodal, no se ha entendido bien desde el inicio.
Es el Sínodo de la sinodalidad. Por eso, trata sobre el modo en que la Iglesia puede
recuperar la sinodalidad, una idea que apuntó el Papa Pablo VI. De ahí que los módulos
del Instrumentum laboris versaban sobre la comunión, la participación y la misión. Es
decir, el objetivo del Sínodo es concretar de qué modo la Iglesia puede lograr una
mayor comunión en el Pueblo de Dios (la armonía en el Espíritu) y una mayor
participación de todos (todos, todos, todos), para la misión en el mundo de hoy. Lo
mejor para trabajar esto era experimentarlo y es lo que hicimos.


Fue lo que vivimos en este mes de octubre. Personas muy diversas por su origen, su
labor y su visión, conversando en ambiente de oración, con la finalidad de discernir
juntas. Puedo asegurar que el ambiente fue de oración y fraternidad, aun en medio de las
divergencias. Estamos acostumbrados a los gritos e insultos de los políticos y por eso es
difícil imaginarlo cuando no se ha vivido. Empezar con los tres días de retiro fue clave y
continuar esa oración a lo largo de todo el mes en las conversaciones, muy decisivo. Se
sentía al Espíritu Santo. La libertad de expresión no faltó y estuvo siempre acompañaba
de la caridad y la preocupación seria de buscar la voluntad de Dios.


Los distintos grupos de trabajo rápidamente pasaron a tener un trato muy fraterno y
entre algunos surgía la amistad. Los descansos continuaban la convivencia distendida, y
se abría sitio a reír juntos, conocernos mejor, tratar con los que no estaban en nuestras
mesas. Tendría que ser lo normal si lo pensamos bien, porque lo que nos une es la fe
en Cristo Jesús y el amor por su Iglesia. Pero es algo imposible sin el don del Espíritu
Santo, pues humanamente las diferencias eran visibles hasta en la forma de vestir.


El Sínodo no ha terminado. Ahora tenemos 11 meses para madurar las vivencias hasta
la segunda sesión de la Asamblea, para vivir una “espera activa” hasta la segunda
sesión, como nos dijo el P. Timothy Radcliffe. El documento de síntesis volverá a las
diócesis para escuchar de nuevo. Esta primera sesión ha sido importante para crear el
caldo de cultivo necesario para una Iglesia sinodal. Y también para callar bocas a los
progresistas y a los indietristas (como los llama el Papa). Timothy Radcliffe nos dijo con
toda razón: “Cualquier oposición entre tradición y progreso es completamente ajena al
catolicismo”. Ojalá ahora quede claro que la agenda del Sínodo no la marca la prensa,
sino el Espíritu Santo que, como dijo el Papa, es el verdadero protagonista. Ese Espíritu
que seguro nos vuelve a sorprender en octubre de 2024.


Y es por todo esto que la palabra que me nace para resumirlo es “esperanza”.
Esperanza porque se han abierto muchas puertas a una Iglesia sinodal. Esperanza
porque se pretende que el protagonista de la Iglesia sea el Espíritu Santo y no el
clericalismo que tanto daño hace. Esperanza porque he constatado que no se trata de
un parlamento con sus agendas ocultas o sus lobby partidistas, sino de un
discernimiento serio sobre las cuestiones que nos preocupan a todos. Esperanza
porque no consiste en poner parches a las varias problemáticas, sino en una llamada a
la conversión, a una actitud de escucha y apertura de corazón para dejar sitio al otro.
Esperanza porque he visto que se puede conversar en armonía, aun cuando tenemos
divergencias y que las diferencias no son malas, sino que nos enriquecen. El reto es
que todo esto llegue a toda la Iglesia.

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