¿Cómo encontrar a dios en todas las cosas?

Seguimos confinados por la pandemia del coronavirus, pero ahora en plena pascua. Por eso, hoy quiero haceros no solo una invitación a la esperanza, sino también a la alegría. Aunque, como dice el Papa Francisco, «invitar a la alegría pudiera parecer una provocación, e incluso, una broma de mal gusto ante las graves consecuencias que estamos sufriendo por el COVID-19». Pero los creyentes tenemos motivos para la alegría: Jesús está presente en medio de la situación concreta que estamos viviendo. Romano Guardini escribió: «La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo».

¿Cómo descubrir su presencia en la vida rutinaria, a veces tan dolorosa?  Un mallorquín, Jerónimo Nadal, discípulo y amigo de San Ignacio, y basado en su espiritualidad, acuñó un término que explica un modo de vivir que hoy puede ayudarnos mucho: contemplativos en la acción. Adaptándolo a la situación actual, yo lo llamaría «contemplativos en la rutina».

Se trata precisamente de eso: encontrar a Dios en nuestro día a día, en lo cotidiano, en la vida y en la muerte, en nuestro sufrimiento y en el ajeno, en la parada del metro o del autobús, en la consulta del médico o en el hospital, en la cola para entrar al supermercado, en nuestra pequeña iglesia doméstica, en nuestro trabajo estresante o aburrido, y en las horas de ocio… Tener tal familiaridad con Dios que las situaciones más simples hasta las más difíciles, todas cobren sentido y nos den la seguridad de que vivimos en la mejor de las manos.

¿Cómo encontrar a Dios en todas las cosas? Lo vamos a resumir en seis puntos:

1. Lo primero, es mirar más allá de las apariencias. En la carta a Diogneto, de los primeros siglos y atribuida a Justino, el autor dice que «los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres. Porque no residen en alguna parte en ciudades suyas propias, ni usan una lengua distinta, ni practican alguna clase de vida extraordinaria. Ni tampoco poseen ninguna invención descubierta por la inteligencia o estudio de hombres ingeniosos, ni son maestros de algún dogma humano como son algunos» (Cap. V). Pero «lo que el alma es en un cuerpo, esto son los cristianos en el mundo» (Cap. VI). Es una carta preciosa que nos plantea qué es lo que realmente distingue a los cristianos del resto de gente: santificarse en medio del mundo, iluminando todas las cosas con la luz de Cristo.

Mirar más allá de las apariencias nos hará distintos aunque hagamos las mismas cosas que los demás. Salir a tirar la basura será una bendición, una videollamada con nuestros amigos o familiares será una bendición, pero también la enfermedad y hasta la muerte porque en ellos también sabremos descubrir el amor y la sensación de sentirnos en buenas manos. Y esto nos lleva a lo segundo:

2. Dejarse afectar por lo que sucede, sin meternos en una burbuja. Ante el dolor, o la dificultad, o lo incomprensible, el ser humano solo tiene dos opciones: huir o asumirlo. Huir es meternos en una burbuja que nos aísle para no pensar o no sentir. Tenemos muchos modos de huir: Meternos en un activismo sin salida; pasar largas horas ante la televisión, los videojuegos, las series, las redes sociales, las noticias, el WhatsApp, cada uno sabe cuál es su narcótico. Encerrarnos en nosotros mismos de mil maneras para que no nos toque la realidad cuando esta no nos gusta.

Si no dejamos que la realidad nos afecte, es mucho más difícil descubrir a Dios en ella. Las neuronas espejo nos muestran cómo Dios nos hizo seres sociales, relacionales, a imagen de la Trinidad. Si cerramos los ojos, no veremos el dolor del mundo. Si los abrimos, nos veremos afectados por ese dolor. Y como creyentes, descubriremos a Cristo sufriente pero también a Cristo resucitado. Seguro que no nos quedaremos indiferentes. La empatía nos lleva a reaccionar. Y el Evangelio nos lleva a preguntarnos, al menos, dónde está Dios en medio de todo esto.

3. Lo tercero, es escuchar los silencios o las ausencias. Tenemos aún reciente esa imagen del Papa caminando por una plaza de San Pedro totalmente vacía. Sentimos aún la ausencia de quien por su trabajo ha tenido que irse a vivir cerca del hospital. El llanto silencioso de tantos que han perdido a sus seres queridos sin poder despedirse. Y seguro que nos preguntamos muchas veces ¿dónde está Dios? ¿quién llena estos vacíos? ¿quién da respuesta a estos silencios? Mientras leemos en el libro de Isaías (43, 18b): «Mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan?»

Y no, no lo notamos a la primera. Se hace difícil notarlo cuando hemos perdido el trabajo, cuando el piso se nos queda muy pequeño para tanto tiempo confinados, cuando el exceso de soledad o de ruidos nos desesperan, o cuando

Pero llega el momento de escuchar los silencios o las ausencias y nos empezamos a sentir inexplicablemente bendecidos, amados, agradecidos. Ahí está Dios contigo.  

4. Lo cuarto, agradecer los gestos positivos que nos llegan cada día o las cosas inesperadas. Es un don de Dios que tenemos que pedir, el saber ver en todo lo bueno que de Dios esconden las cosas, las personas y los acontecimientos. Hay personas que ponen más el acento a lo negativo, es normal porque es más fácil. Pero en realidad, siempre hay motivos para dar gracias, para sorprendernos. Porque Dios nunca nos abandona. Podemos entrenar nuestro corazón para ser más agradecidos.

Habrá días en que el simple hecho de salir a tirar la basura sea una preciosa experiencia de agradecimiento. Días en que podemos sentirnos bendecidos debajo de la ducha y dar gracias. Por estar vivos, por poder servir, por escuchar al que sufre, por hacer reír al triste, cada uno sabrá.

5. Lo quinto, aprovechar las rutinas para darle un sentido más profundo. La lluvia, la comida caliente, las manos que la prepararon, el juego de los niños, la llamada de tu amiga, limpiar tu casa, leer el periódico, tomar un café, detenerte a percibir el aire que respiras… Todo puede ser un momento contemplativo. Nadie externo a ti lo notará. Pero lo vivirás diferente: con un sentido, gracias a una presencia. Solo el Amor hace la diferencia, como el que tan solo picaba piedras y decía que construía una catedral para Dios.

6. Lo sexto, cultivar la familiaridad con Dios en las cosas corrientes. Está claro que todo esto nos lleva a vivir en una continua familiaridad con Dios en medio de la rutina. Y es posible que te asomes a la terraza y le digas «¡ey, aquí estoy!» Entonces es cuando comprenderás que todo puede ser oración. Porque todo te lleva al diálogo continuo e íntimo con Él. Dios no será un extraño para ti. Y una alegría serena te llenará ahí donde estés, aunque esto sea en un hospital.

Familiaridad con Dios es ese diálogo interno constante e íntimo que mantienes con tu Señor durante las cosas corrientes del día. Y a veces es también el silencio profundo de quien no entiende pero confía. O esa sensación de ser bendecido. Pero en todo caso, es esa presencia continua del Amor que nunca te falla.

Así que sí. «La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo» (Guardini). Y por eso, podemos creer lo que Dios nos dice en Isaías: «Mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan?» Dios está presente en todas las cosas. Te invito a descubrirlo en tu día a día. Esa será la única alegría que nadie te podrá arrebatar.

Texto de Xiskya Valladares, publicado en un video para 13TV el día miércoles 22 de abril de 2020.

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