Retomemos el diálogo

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Foto de: TONY GENTILE/Reuters

XISKYA VALLADARES / The Objective

19.12.2014 – Somos seres relacionales, por más que huyamos al escondite del aislamiento. Nuestro cerebro está programado para el diálogo y las relaciones. Las tensiones y las rigideces no son el estado natural de las personas, ni de los países. Solo empobrecen, desgastan, enferman, y conducen a la degradación.

Este miércoles pasado, justo en el 78 cumpleaños del papa Francisco, Barack Obama y Raúl Castro han anunciado el reinicio de las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Cuba. Ambos confesaron que estaban agradecidos al papa Francisco porque la decisión se debía a su petición y a la colaboración de la diplomacia vaticana. En todas estas negociaciones el Vaticano ha sido el único estado mediador. Para que luego critiquen algunos el por qué le dejan hablar en la Unión Europea… El papa insiste con gestos y palabras en crear una cultura del encuentro, de distensión.

Para llegar al buen resultado, ambos países han tenido que liberar a algunos presos políticos, ceder en algunas cuestiones y llegar a acuerdos. Las negociaciones han conseguido la flexibilización de las restricciones a los viajes y el comercio entre Estados Unidos y Cuba, y de las remesas que reciben los cubanos desde territorio estadounidense. Además, Estados Unidos revisará la inclusión de Cuba en la lista de países en la lista de países a los que EE UU considera patrocinadores del terrorismo. Dentro de unos meses abrirán embajadas en ambas capitales. Tengo un amigo en Cuba y me contaba por mail que están viviendo este momento histórico con mucha esperanza.

Todo esto me hace pensar en la necesidad que plantea Francisco de crear una cultura de encuentro, no solo entre los países, sino entre las personas. Somos seres relacionales. Necesitamos dialogar. Ni la paz de los países ni la paz de las personas se construye sin diálogo. Y cuando se desprograma es por malas experiencias, por exceso de dolor, por fanatismos, por cegueras, por miedos, o por heridas existenciales. La buena noticia es que podemos mejorar nuestra actitud y recuperar nuestro ser natural, a veces con terapias, pero la mayoría de veces simplemente con la práctica, igual que aprendemos a hablar o a tocar un instrumento. Todo es cuestión de querer y tener una buena motivación. Lo dice expertos como Richard Davidson y Daniel Goleman.

Si además tenemos en cuenta que se ha reconocido como ciencia la neuroespiritualidad, hoy se puede demostrar que la experiencia espiritual se produce cuando se hiperactivan estructuras cerebrales pertenecientes a lo que se llama sistema límbico o cerebro emocional. Esto apoya la teoría de que podemos modificar nuestro cerebro para mejorar nuestras relaciones. La oración o el diálogo con Dios es una de las terapias más sanadoras. Y no lo digo solo por los estudios que lo han demostado (que los hay), sino por mi experiencia personal.

Todos pasamos por la vida momentos de mucha dificultad. Situaciones en las que, por malas experiencias vividas, nos cerramos al diálogo y a la comunión. Y esto nos hace experimentar cierta tristeza, falta de paz y algo de abulia. Todos ellos son síntomas claros de falta de vida interior. He descubierto que muchas personas no viven; para ellas se cumple la famosa frase de John Lennon: «la vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes». Pero necesitamos vivir a tope cada segundo, poder sentir la sangre corriendo por nuestras venas, gozar y sufrir intensamente porque eso es estar vivos. Y en todo ello, las relaciones, el diálogo, son elementos fundamentales para experimentar la vida. Ante todo diálogo con Dios, con nosotros mismos, y después con los demás. Cuando ese diálogo se da en medio de la más limpia honestidad, siempre da frutos de paz, de reconciliación, de encuentro y comunión.

El problema es que todos estemos preparados para ese diálogo y esto no siempre es así. Por eso, los más fuertes deben caminar al ritmo de los más débiles. Los más maduros deben ayudar a crecer a los más inmaduros. Los sanos, acompañar a los heridos. Y no olvidar nunca que todos vivimos en un «hospital de campaña» porque en este mundo nadie es perfecto, nadie se libra de alguna herida. ¿Cómo no tener misericordia y ternura unos con otros? Sólo quien nunca ha experimentado esta realidad es incapaz de mirar con compasión las heridas de los demás. Personalmente, experimento a diario mi pobreza existencial y por ello no me atrevo a juzgar.

No podemos seguir viviendo sin saber qué nos pasa por dentro, sin saber qué nos pone tristes, qué nos alegra, ni cómo resolver un conflicto. Ni entre países ni entre personas: «No puede haber paz sin diálogo» dice el papa Francisco. Para él, este es el camino ante las dificultades y los conflictos: una cultura que promueva el encuentro, el conocimiento del otro y permita que las personas dialoguen sin pelearse. Lo dijo en su discurso a un grupo de estudiantes de 15 años y 15 profesores del colegio japonés Seibu Gauken Bunri Junior High School, de Tokyo. Necesitamos aprender a dialogar y es posible, pero solo si asumimos que no todos crecemos ni avanzamos por igual y que muchas veces debemos adoptar los ritmos de los más lentos sin que esto nos haga mejores.Generalmente las preguntas más complejas y profundas tienen una respuesta sencilla.

Pero no olvidemos una cosa: Antes de dialogar necesitamos del silencio. La comunicación es el único camino al entendimiento. Pero dos monólogos no constituyen un diálogo. Y mientras escuchamos el silencio, nunca hay que hablar. Permíteme dejarte con una pregunta: ¿A quién le cuentas las cosas que no le cuentas a nadie?

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