Tres grados de influencia para el bien

Dicen que está demostrado empíricamente que las cosas buenas y malas se contagian, aunque las positivas tienen más facilidad. Y que el mundo de la empresa y la publicidad ya están aprovechándose de estas investigaciones. Mi reflexión inmediata: “Si esto funciona con el tabaquismo, la obesidad, la felicidad, etc., también podría funcionar con la esperanza, la fe y la caridad…”

Se trata de la famosa regla de los tres grados de influencia. Para entenderla rápidamente, un ejemplo: Si una persona es feliz, la probabilidad de que tenga un amigo cercano feliz, será del 50%. Con dos grados de separación (un amigo de tu amigo), la probabilidad es de 20%. Y con tres grados de separación, cae al 10%. Y ahí, hasta tres grados, llega el tope, el límite inherente sobre cuánto puedes tú influenciar a otra gente.

“La regla de los tres grados de influencia” es el resultado de las investigaciones de James Fowler, profesor asociado de la Universidad de California, San Diego, y Nicholas Christakis, de la Harvard School of Public Health. Un fenómeno que ellos explican al detalle en su libro “Connected: The Surprosing Power of Social Networks and How They Shape Our Lives”. Un libro que también examina la influencia de las redes sociales, entre otras.

Sé que a muchos todo este tipo de investigaciones no les va. Y menos el hecho de relacionarlas con lo religioso. Cada uno es libre de tenerlas en cuenta o no. Pero si tan sólo fuéramos un poco conscientes de lo que los demás influyen en nosotros, o de lo que nosotros podemos influir en los demás, quizás entre todos podríamos hacer de este mundo un sitio más humano y más cristiano.

Estos investigadores son conscientes de que la genética también juega un papel importante en nuestras relaciones y por eso, actualmente, están realizando un estudio con gemelos idénticos, criados juntos y separados, que les ayuden a comprender mejor los grados de influencia genética y ambiental.

Yo dejo la investigación para ellos. Y me quedo con la reflexión sobre cómo utilizar las redes sociales (reales y virtuales) para generar impactos positivos en la gente. En los medios de comunicación está claro. Estos condicionan y modelan nuestros criterios para comprender la realidad de la que informan. Pero, ¿hasta qué punto somos del todo conscientes de ello? Otro campo en el que todos lo tenemos claro es en el colegio, en las asociaciones políticas o sociales, etc.

Pero ¿quién se detiene a pensar hasta qué punto se ve influenciada su conducta por sus contactos sociales? O ¿hasta qué punto él mismo está influyendo en su propia red de relaciones? El refrán ya lo decía: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Llevo tiempo poniendo cada mañana un tuit con un versículo del evangelio del día y cada noche otro con una frase optimista bajo el hastag #arezaryadormir, y aún me sorprendo cuando alguien me escribe y dice que ya no se le olvida rezar antes de dormir.

No sé si todos lo percibimos, pero incluso en la redes sociales se crea un ambiente, y además con emociones muy intensas que rápidamente se contagian. Podemos mucho más de lo que creemos. Por algo Jesús nos ha enviado “hasta los confines de la tierra”. De nosotros depende mucho más de lo que somos conscientes. Es tiempo de despertar y de unir energías para evangelizar este mundo. Eso es, para hacerlo más esperanzado, más rebosante, más solidario, más lleno de los valores de Cristo. El Papa Benedicto XVI ya lo dice en Porta Fidei, que la fe se transmite por contagio.

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