El silencio de los buenos

El silencio de los buenos

FOTO: Dreamsoft

Presenciamos un robo en el autobús y ¿qué hacemos? ¿Nos vence el miedo y quedamos callados? ¿O avisamos a la víctima y denunciamos al ladrón? En nuestro trabajo vemos cómo se le hace el vacío o se ríen de un compañero y ¿callamos o denunciamos al maltratador? Es cierto que nos jugamos mucho no sólo en las grandes luchas contra la injusticia y la violencia. También en las pequeñas puede que nos juguemos una amistad, un puesto de trabajo o un disgusto. Pero o somos cómplices del mal o somos defensores de sus víctimas.

Martin Luther King dijo: «Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos.» No hablamos de alegrarnos del mal que eso es aún más grave, hablamos de convertirnos en su cómplice mediante el silencio. La mayor parte de veces por miedo, pero también por comodidad.

Los poderosos ejercen una fuerza enorme sobre nosotros, casi sin darnos cuenta. Condicionan nuestras palabras más que nadie, a veces también nuestras acciones. Todos sabemos qué es lo que el poderoso quiere escuchar y cómo nosotros necesitamos protegernos. Pero ante Dios no estamos sirviendo al bien sino al mal. Y al final de nuestra vida no será el poderoso quien nos juzgue sino el Amor.

Incluso dentro de la misma Iglesia se dan estas luchas y manipulaciones solapadas. Si un superior o un obispo o un hermano actúa como los poderosos de este mundo, consciente o inconscientemente obliga a los suyos a decir lo que quiere oír, a reaccionar como él espera. Y de esta manera condiciona las conciencias. Tendrá que dar cuentas a Dios. La manipulación de las personas es muy grave ante Dios porque es un sacrilegio del sagrario de su intimidad. Pero los hermanos que ven y no denuncian esto, también cometen una grave falta de omisión.

El silencio de los buenos mata tanto como el de los que hacen mal. El silencio puede convertir en cómplice del mal.

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