¿Qué pedimos las mujeres en la Iglesia?

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(TIZIANA FABI/AFP PHOTO)

01.05.2015 / The Objective – El Papa condena la brecha entre hombres y mujeres. «Es un escándalo puro», dice Francisco refiriéndose a las diferencias salariales. Y pide a los cristianos asegurarse de que todos reciban el mismo pago por el mismo trabajo. No es la primera vez que se queja de la desigualdad de trato entre ambos sexos. Ya en Filipinas lamentó que no hubiera más presencia femenina entre los protagonistas del encuentro que tuvo con los jóvenes. El 7 de febrero de 2015 declaraba urgente “ofrecer espacios a la mujer en la vida de la Iglesia” y pedía “una presencia femenina más capilar e incisiva en la comunidades”.

Para el papa “la Iglesia es mujer, es ‘la’ Iglesia, no ‘el’ Iglesia”, y le gusta “describir la dimensión femenina de la Iglesia como seno acogedor que genera y regenera la vida”. Esta visión, sin embargo, no ha sido la más habitual a lo largo de la historia eclesial. Y no, no soy ni de Femen, ni feminista, ni una resentida o amargada por ello. Simplemente soy mujer en el mundo y en la Iglesia. Y me alegra que se revalorice nuestro papel. Igual que me alegra la importancia que se le da a los pobres, a los débiles, a la profecía de la vida consagrada o a la dimensión servicial de la autoridad.

Pero ¿qué pedimos las mujeres a la Iglesia? No puedo hablar en nombre de todas. Yo solo tengo tres peticiones:

1)     Reclamo una presencia más visible y activa en las decisiones de la vida eclesial. Pero no como hacen ciertos partidos políticos, por llenar una cuota femenina, sino por nuestra propia riqueza, formación y capacidad. Creo que hay mujeres en la Iglesia incluso mejor formadas y fieles al Magisterio que muchos hombres, sin que se les valore por el solo hecho de ser mujeres. Para el mismo papa esto supone “muchas mujeres implicadas en la responsabilidad pastoral, en el acompañamiento espiritual de personas, familias y grupos, así como en la reflexión teológica”.

2)     Que se reconozca la riqueza femenina que solo una mujer puede aportar de forma natural: Su ternura, acogida, sensibilidad, fortaleza, y sentido de la igualdad. Estas características, esencialmente femeninas, son fundamentales para muchos conflictos, iniciativas y actividades pastorales. Solo la riqueza del trabajo conjunto puede sacar lo mejor de los equipos humanos mixtos. Esto implica dejar de lado ciertas bromas machistas o feministas, la exclusión o menosprecio de lo femenino y realzar sinceramente el valor de la feminidad.

3)     Que las religiosas y consagradas pierdan su sentimiento de inferioridad. No digo que todas, pero veo a muchas llenas de miedo y de falsa humildad. Cuando realmente son personas valiosas, de una riqueza espiritual, cultural e intelectual inmensa. Necesitamos valorar nuestras propias experiencias y capacidades. Aportamos un valor añadido a la Iglesia. ¿Qué sería del mundo sin las mujeres consagradas? Darnos cuenta de nuestro valor no da seguridad y no supone para nada falta de humildad. El amor nos apremia y el amor es lo contrario al miedo.

No pido nada más. «Lo que todavía nos falta a las mujeres aprender es que nadie te da poder. Simplemente lo tienes que tomar tú» (Roseanne Barr). Pero no olvidemos que el único poder que cambia este mundo es el poder del amor.

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