Calidad y calidez

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Todos los días hay un instante mágico en que podemos decidir si ser felices o no. Si lo dejas pasar, no volverá. Pero si lo aprovechas, tu vida empieza a tener calidez y calidad, todo brilla, se llena de color y hasta crees que el mundo puede ser más bello y más bueno.

22/04/2015 / Neupic – Un hombre sabio y experimentado (no sé si religioso o no, qué importa) me  dijo ayer: «¿Quiere que le diga algo?» Por supuesto que quería. Pocas veces en la vida tiene una la oportunidad de toparse con personas de su nivel. Entonces me dijo:

Tú puedes hacer una misma cosa a 10 personas y ninguna reaccionará igual; tendrás desde la que te lo agradecerá hasta la que te retirará el habla por ello. Porque las reacciones de cada uno, no dependen de lo que tú hagas; dependen de lo que el otro lleva dentro de sí. Si un síndrome de Down te llama «tonto» no te ofendes… ¿Por qué te tiene que ofender si te lo llama alguien cuya historia interior desconoces? Es posible que su propia pobreza no le permita más. Solo las personas espiritualmente grandes tienen facilidad para perdonar.

Me hizo pensar, me hizo bien y lo compartí con mis amigos de Facebook, como hago habitualmente cuando algo puede ayudar a otros. Entonces hubo muchos comentarios, pero uno, el de Francisco Antonio, me lanzaba dos preguntas: «¿Qué ocurre cuando perdonas a una persona que cree que ha obrado bien? ¿O cuando perdonas a quien no acepta el perdón?» Y le prometí contestar en mi post de hoy.

Uno de los regalos más grandes que podemos tener en la vida es poder vivirla a tope, sintiéndola resplandeciente y full color. Es un don, pero también una decisión personal de ese momento en que te despiertas y tomas conciencia de todo lo bueno, bello y amable que te rodea. De ese instante mágico en que caes en la cuenta de que no tienes nada que perdonarle a nadie, ni a nadie nada que pedir perdón. No porque no te hayan hecho daño o porque tú no hayas hecho mal a nadie. Sino porque comprendes, por una parte, que todos cometemos errores, tarde o temprano; y por otra, que ni los ritmos, ni las reacciones, ni los silencios o respuestas de los demás dependen de ti sino de su mundo interior. Ese momento es como el estallido de la primavera en tu alma.

¿Qué ocurre cuando perdonas a una persona que cree que ha obrado bien? El perdón no beneficia tanto a quien se lo ofrecemos, como a nosotros mismos por lo que nos sana y nos libera. Puede que esa persona no tenga tanta luz para ver que te dañó, o suficiente humildad para reconocerlo, ¿quién sabe? No juzguemos, pero trabajemos por que nuestro interior esté en paz, sano, libre. Condición ‘sine qua non’ es el perdón, ser capaces de mirar con ternura a ese que nos dañó. Por dos razones: 1) Porque no somos ni mejores ni peores que nadie y 2) porque experimentamos a diario el perdón de Dios. Observemos a los niños: se pelean, dejan de hablarse, y en menos de media hora ya están jugando juntos otra vez.

¿Qué pasa cuando perdonas a quien no acepta el perdón? Que si amamos a esa persona, su rechazo nos duele. Es natural: le vemos vivir con rencor, incapaz de perdonar. No nos engañemos: Quién no acepta nuestro perdón es porque no nos perdona algo. Por eso, nos inspira ternura, sufre mucho más que nosotros aunque se haga la fuerte. No se da cuenta del daño que su amor propio herido le hace… Pero natural es también no quedarnos ahí, avanzar. Y esta es otra decisión personal. Lamentarnos mucho tiempo o echar la culpa a algo o a alguien -aunque sean culpables objetivos- no va a sacarnos del dolor, ni va a sanar ninguna herida. Solo la acción puede generar resultados.

A veces podemos tardar un poco más en percibir todo esto. Puede que tengamos que tocar fondo para entenderlo. Pero no es sano dejar pasar mucho tiempo. Necesitamos ponernos en camino, decidir darle de una vez calidez y calidad a nuestra vida. Dios nos regala mil oportunidades, pero solo de nosotros depende cogerlas o dejarlas marchar. Muchas veces es problema de humildad. Dios quiere nuestra felicidad. Decidamos abrir las ventanas, puede que nos estemos perdiendo todo el estallido de una preciosa primavera multicolor. Decidamos ser feliz.

Y si el otro decide marcharse, dejémosle ir. No le juzguemos, desconocemos mucho de su interior. Siempre nos quedará el consuelo de haberle conocido y el bien que pudimos compartir juntos… Dejar ir no es dejar de amar. Tal como le dice el Principito al aviador antes de marcharse:

– Cuando te hayas consolado (siempre se consuela uno) estarás contento de haberme conocido. Serás mi amigo y tendrás ganas de reír conmigo. Algunas veces abrirás tu ventana sólo por placer y tus amigos quedarán asombrados de verte reír mirando al cielo. Tú les explicarás: «Las estrellas me hacen reír siempre». Ellos te creerán loco. Y yo te habré jugado una mala pasada…

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