El dolor de la Navidad

soledad

Se acercan las fiestas de Navidad y con ellas muchas personas que ya piensan en ello con tristeza. Soledad, divisiones, dolor, enfermedad, pobreza, son algunos de los motivos de esta tristeza.

XISKYA VALLADARES / Neupic

Shakespeare recomienda que demos palabra al dolor porque el dolor que no se expresa, acaba rompiendo el corazón. Por otra parte, Johann Friedrich Hölderlin dice que «allí donde está el dolor, está también lo que lo salva». Se acercan las fiestas de Navidad y con ellas muchas personas que ya piensan en ello con tristeza. Soledad, divisiones, dolor, enfermedad, pobreza, son algunos de los motivos de esta tristeza. Seguro que tenemos algunos casos muy cerca. Hoy quiero dedicar este post a todas ellas.

El dolor es quizás, junto con el amor, la experiencia más común a todos los mortales. Muy pocos se librarán de él a lo largo de su vida. La mayoría de las veces viene de forma inesperada y sorprendente. Y siempre plantea un interrogante existencial: ¿por qué? «Dentro de cada sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo profundo del mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, de la razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca del sentido» (Juan Pablo II, Salvifici doloris, 4). El único sentido sanador del dolor tiene que ver siempre con el Amor.

Es innegable la relación que existe entre la manera personal de vivir el dolor y la propia forma de amar. Un mismo hecho no produce las mismas reacciones en unos que en otros. A unos les hace hirientes y fríos, a otros les hace sensibles y profundos. A los primeros les rompe, a los segundos les hace crecer. En todo caso el dolor solo se acepta cuando se capta que es el Amor quien lo llena de sentido. Y la Navidad es justo esto: el Amor que se encarna, que se hace hombre y experimenta todos los sufrimientos y alegrías de todo ser humano, que nos dice que nunca más alguien estará solo. Nos enseña que  el amor puede superar cualquier clase de dolor.

El dolor nos hace necesitados, pobres y limitados. Nadie debería sufrir en este mundo. Pero mientras exista la libertad humana, existirá el egoísmo, la ruptura, la división, el mal. Y también existirá el amor con todas sus consecuencias. El dolor  desde el amor nos lleva a acercarnos más a Dios y a los otros, a madurar más rápido, a crecer como personas, y a ser más sensibles ante el sufrimiento de los demás. Nos enseña a sentir con el otro. No sin lágrimas, no sin experimentar impotencia, y a la vez, no sin esperanza, ni sin confianza. Porque en el sufrimiento sacamos lo mejor de nuestros recursos psicológicos y espirituales.

A ti que sientes miedo al dolor de la Navidad, te digo: «Te quiero feliz en la tierra. No lo serás, si no pierdes ese miedo al dolor.» (Escrivá de Balaguer, Camino, 217). Victor Frankl cuenta que en los campos de concentración para infundir ánimo a los prisioneros  intentaban mostrarles algo que les hiciera pensar en el futuro. «Había que recordarle que la vida todavía le estaba esperando, que un ser humano aguardaba a que él regresara. Pero, ¿Y después de la liberación? Algunos se encontraron con que nadie les esperaba». ¿Cómo superar aquello? Saliendo de sí mismos.

¿Puede haber algo más duro que vivir una soledad total después de superar un campo de concentración? «No existe ninguna situación en la vida que carezca de auténtico sentido. Este hecho debe atribuirse a que los aspectos aparentemente negativos de la existencia humana, y sobre todo aquella trágica triada en la que confluyen el sufrimiento, la culpa y la muerte, también puede transformarse en algo positivo, en un servicio, a condición de que se salga a su encuentro con la adecuada actitud y disposición» (Victor Frankl, El hombre en busca de sentido). El amor, que es entrega a los otros, servicio desinteresado, salida de uno mismo, es lo único que realmente nos llena de gozo.

No son las cenas suntuosas, no son las luces de la Navidad, ni la música, ni siquiera la compañía ruidosa y superficial, ni las carcajadas ‘escaparate’, tampoco el champagne o el vino. Es la conciencia tranquila, es la entrega al que más sufre, es el amor entregado y desinteresado, la compasión al más herido, el compartir lo que somos, el salir de sí mismo, el amor encarnado, que se concreta y llena de sentido nuestra soledad y vacío lo que realmente nos llena de alegría.

Si te sientes solo y no tienes a nadie con quien celebrar así la Navidad, te invito a que la pases en un albergue para ‘sin techo’, o acompañando a un enfermo o a un anciano solo, o entregando a alguien más necesitado todo lo que te gastarías para celebrar. Si te sientes anestesiado por el dolor de la soledad o de la enfermedad o del egoísmo de otros, no lo pienses más, no te hagas más preguntas, actúa, cambia el mundo con tu dolor. Llora, si lo necesitas, pero llénalo de amor real, concreto, entregado, abierto, que no se mira a sí mismo sino que mira más a las necesidades del mundo herido y frío.

«Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino» (Victor Frankl, El hombre en busca de sentido). Podemos decir a todos: El dolor de la Navidad también puede cambiar este mundo. Tú decides.

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