¿Y a ti quién te cuida?

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«No conozco la clave del éxito pero la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo» (Woody Allan). Para disfrutar de verdad de lo que hacemos, para amar plenamente a los demás y para vivir contagiando paz, necesitamos cuidarnos sin remordimientos.

XISKYA VALLADARES / Neupic

17/03/2015 – Escribo a 10.363 metros de altitud, justo en el momento en que el avión empieza a sobre volar el océano Atlántico y deja atrás el continente americano. En el vuelo AA 36 del día lunes 16 de marzo con destino a Madrid. Después de dos días en Anaheim (Los Ángeles, CA) en el que muchos dicen es el congreso católico más grande del mundo (con más de 50.000 participantes), en el Convention Center Anaheim, justo en frente del parque de Disneyland. Viajé el viernes desde Madrid, después de entregar en la universidad mi tesis doctoral al Consejo de Departamento el día anterior. Y todo esto después de un viaje a Irak y un ciclo amplio de conferencias por España explicando la situación de nuestros hermanos cristianos perseguidos. Sin dejar ninguna de mis clases en la universida, ni mis tareas varias, y escabulléndome muy pocas veces de mis dos columnas semanales. Doy todos estos detalles porque esto significa que escribo después de varias semanas durmiendo poco, viajando mucho, cambiando husos horarios, y trabajando demasiado. Y solo así tendrá cierta validez lo que hoy trato.

Entre todo esto, un día recibí un sorprendente mensaje de una querida exalumna de Granada que me agradecía mi entrega pero me hacía la pregunta que solo mi acompañante espiritual me hace, aunque con otras palabras: ¿Y a ti quién te cuida? Comprenderás que en estas circunstancias su cuestión no me ha dejado indiferente. Y publico hoy sobre esto porque estoy segura de que mi situación es la misma que la de muchas personas: amas de casa, empresarios, gente de negocio, misioneros, mujeres trabajadoras, etc. Gente que con familia o con comunidad atiende a los suyos y a su trabajo, llegando a casa agotados o simplemente constatando uno y otro día que su vida está volcada solo para los demás. Gran error que a veces es muy difícil solucionar. Y por eso para ellos escribo hoy.

No se puede vivir en estas circunstancias por mucho tiempo sin que el cuerpo no se resienta. Una cosa es una temporada y otra que sea habitual. Las consecuencias pueden ser nefastas: infarto, embolia, depresión, debilidad… Etc. Necesitamos estar atentos a nuestro cuerpo porque cuando empieza a quejarse, en cualquier momento dirá basta.

Dar nuestro tiempo, nuestro cerebro, nuestra energía, es un continuo vaciarnos. Pero no nos engañemos: ¿Qué puede dar quien está vacío por dentro? ¿Qué contagiará quien no para y dedica tiempos a llenarse por dentro? No podemos dar lo que no tenemos. Y todos necesitamos llenarnos para poder dar.

Corremos un riesgo enorme de engañarnos solos. El mundo es muy grande y entregarnos a la misión de transformarlo, de hacerlo más bello, no es lo mismo que convertirnos en su redentor. No es sana ni de Dios la afirmación de «ya descansaré en el cielo». Necesitamos discernir la voluntad de Dios para nuestra vida sin autoengaños. El activismo frenético nunca es sano. Y lo que no es sano no puede ser voluntad de Dios. En ese amor a Dios tan entregado a la misión (de tu casa, de tu empresa, de tus hijos, de tus destinatarios sean los que sean) pueden colarse amores propios: necesidad de reconocimiento, afán de protagonismo, sentirnos importantes, creerse redentor del mundo, querer más dinero del que necesitas, evadirse de situaciones desagradables personales, etc. Discernir es cribar nuestra acción en diálogo con Dios para alinearnos con Su voluntad.

Seamos sinceros y honestos con nosotros mismos: Solo nos salva el amor, pero no cualquier amor. Sino el amor que sale de la comodidad, sí, ese que todo lo disculpa, todo lo perdona, todo lo cree, todo lo espera, se entrega del todo, es capaz de dar la vida, y renunciar a su yo por el otro. Pero nadie puede amar a nadie si no se ama primero a sí mismo. Jesús no dijo «ama al prójimo en lugar de ti mismo», Él dijo: «Ama a tu hermano como a ti mismo». No podremos amar de verdad si no nos cuidamos. Amar es cuidar a quien amas.

Así que el amor verdadero empieza por cuidarnos a nosotros mismos, por estar en sintonía con la voluntad de Dios y por dar al otro lo mejor que somos y tenemos. Y para esto necesitamos tiempos de reposo y silencio, de soledad y de diálogo tranquilo con Dios.

¿Y a ti quién te cuida? Querida Irene, me cuidan mis amigos, la gente que me quiere, como tú. Y me cuida, sobre todo, Dios; porque ahí donde llego encuentro ángeles de carne y hueso que me cuidan hasta el último detalle. Pero gracias por hacerme la pregunta porque ahora sé que quien debe cuidarme soy yo misma. No puedo continuar obligando a Dios a obrar continuos milagros para cuidarme.

Te dejo una historia que quizás ya conoces. Creo que nos puede ayudar a reflexionar mejor:

“Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo” dijo un soldado a su teniente. “Permiso denegado”, replicó el oficial, “no quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”. El soldado, no haciendo caso a la prohibición, salió y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso: “¡Ya le dije yo que había muerto! ¡Ahora he perdido a dos hombres! Dígame: ¿merecía la pena ir allá para traer un cadáver?” Y el soldado moribundo respondió: “¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: «¡Jack… estaba seguro de que vendrías!»

 

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