Nadie te quiere solo por lo que eres

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Amar es aceptar al otro con sus defectos y sus virtudes gratuitamente, sin buscarse a uno mismo, sin esperar nada a cambio y dejando al otro en la libertad de rechazarte e incluso de hacerte daño. Pero ¿cuántas personas te han amado así? No hablo solo del amor de pareja, hablo del amor en cualquier faceta, incluso de la amistad, de la familiar, de la matrimonial. La verdad duele, pero nadie te quiere solo por lo que eres… O sí?

XISKYA VALLADARES / Neupic

31-02-2015 – Incluso cuando vives bajo la creencia de que tienes una amistad tan limpia de egoísmo y tan entregada al otro, en la que supuestamente ambos buscáis solo el bien del otro, en realidad todo puede desaparecer en cuanto uno de los dos se siente herido por un error o un malentendido del otro. Esto mismo pasa en las parejas, en las comunidades, y en cualquier grupo humano. Esperabas algo a cambio de tu entrega, el otro no supo percatarse de tu necesidad y para ti te falló gravemente. O lo que es peor, de repente sientes que te ha fallado por algo que ha hecho que tú jamás le harías, y sin tener en cuenta sus intenciones ni su experiencia personal del mismo hecho, decides que todo se acabó. Esta es nuestra pobreza y nuestra realidad. Si aún no tienes experiencia de ello, tarde o temprano te llegará. Porque las relaciones humanas no son fáciles, porque en el amor o la amistad todos somos siempre aprendices, porque nuestros índices de egoísmo nos juegan muy malas pasadas y porque hay una gran incoherencia entre lo que decimos y nos gustaría vivir, y lo que realmente somos y hacemos.

Llegamos hasta el límite de creer que nos basta la satisfacción y el gozo de hacer el bien o darnos. Doble engaño: Uno, si tenemos una satisfacción ya no es tan desinteresado ni gratuito ese bien que hacemos. Dos, no es cierto que humanamente nos baste cuando lo que recibimos a cambio es menosprecio o utilización de nuestras personas. Aceptar la realidad de que alguien te ha fallado, no es fácil y mucho menos para quien no tiene una fe madura. Yo no me considero novata en esto de la fe y tengo que confesar que tampoco para mí es algo fácil. Me gusta escribir desde la experiencia y me gusta vivir en la verdad, aunque por ello pague un precio. Me queda la paz de una conciencia tranquila. No es la primera, ni será la última vez, que pase por esta experiencia.

Lo que he descubierto, y es por esto que comparto este texto públicamente, es que necesitamos ser muy auténticos con nosotros mismos y con los demás y como consecuencia muy humildes. Esto significa tomar conciencia de que tanto yo como los otros nos movemos muchas veces por autoengaños. Todos tenemos muy buenas intenciones pero ninguno somos perfectos. Todos tenemos muchos valores, unos más que otros, pero no existe nadie sin pobrezas, carencias y defectos. «Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra», dice Jesús. Y aceptar esta realidad es indispensable para mantener nuestras relaciones. Sin esta humildad (que yo no soy perfecto y hago daño pero pido perdón y el otro exactamente igual), no podemos construir ni una amistad, ni un matrimonio, ni una comunidad, ni ninguna relación estable.

A veces hacemos pagar al otro un IVA muy alto por aquello en que creemos nos falló, cuando en la mayoría de los casos ni siquiera ha habido tal fallo o por ese daño ya hemos pedido mil veces perdón. Somos capaces de tirar por la borda todo lo grande, bonito y bueno que hemos compartido, por muy poco. Olvidamos muy rápido todo el bien recibido y no nos importan ni las intenciones ni el cómo vive el otro esa misma realidad que sentimos como un amor herido. Pero sin embargo, cuando estamos encantados con una relación, se nos llena la boca de promesas falsas, de aparentes verdades bonitas, de elogios y alabanzas, que terminan taxativamente en cuanto nos han fallado. Hace unos meses una amiga me decía: «Créeme, eres de las personas más buenas que he conocido en mi vida». Sin embargo, hoy no opina lo mismo de mí. Seguramente no tenía razón ni antes ni ahora. El verdadero amor no es ciego, pero quiere y acepta al otro tal cual es. ¿Quién no es realmente pequeño, débil y frágil de corazón? Lo importante es ¿quién es capaz de reconocerlo y vivir en consecuencia perdonando a los demás? ¿quién es capaz de olvidar y recomenzar cada vez como hace Dios con nosotros? Esas son las personas buenas que te quieren de verdad.

¿Cuánto quieres realmente a alguien? La respuesta pasa por otras dos preguntas: Una, ¿cuánto estás dispuesto a perdonarle? Y dos, ¿cuánto eres capaz de aceptarle como es? Pero obviamente, querer/amar es directamente proporcional al bien que haces al otro. El problema surge cuando nace la desconfianza y se duda de que la otra persona busca realmente tu bien en todo lo que hace respecto a ti, o se duda de que, si se ha equivocado, es capaz de cambiar y mejorar. Entonces es cuando poco o nada se puede hacer ya. Quien desconfía de ti, no te quiere ni te ama. «El amor es confiado» dice San Pablo en una de las cartas más bellas sobre el amor.

Y es entonces (en la desconfianza) cuando tienes la oportunidad de elegir seguir haciendo el bien, seguir amando, a cambio incluso de ser juzgado o de recibir daño. En ese caso, el amor se transforma en respetar la libertad del otro de abandonarte. Nada fácil cuando realmente se ha compartido y vivido mucho o intensamente. Pero he ahí el auténtico amor, ese que deja marchar.

Al que se queda yo le digo: Hacer el bien sin esperar nada a cambio solo es posible desde la fe. Cuando se tiene la convicción de que todo dolor y todo bien siempre dan sus frutos, incluso cuando nosotros mismos no lo veamos jamás. Supongo que todos somos conscientes de cuándo hemos sido utilizados, de cuándo nos quieren solo por lo que damos, de cuándo importamos mientras somos «buenos»… Pero no todos somos capaces de seguir haciendo el bien en tales circunstancias. Se trata de un don de Dios no exento de dolor. Pero un bien y un dolor que nacen de la libre aceptación y de la convicción de que solo el amor que duele es auténtico. Amor traducido muchas veces en silencio, en ausencia, en perdón, en respuesta compadecida y benevolente, que no es compatible con conceptos de amistad ni de matrimonio ni de comunidad. Pero que es tan grande como estas mismas realidades. Tenemos que aceptar que hay personas incapaces de pensar nada más que en sí mismas y sus problemas. No son menos buenas, simplemente no tienen luz para más.

La realidad es que solo somos capaces de querer como Dios en la medida en que estamos unidos a Él. Es el único que siempre confía en ti, te da mil veces otra oportunidad, te perdona siempre y te ama hagas lo que hagas tan solo por lo que eres. Comprender esta verdad, nos puede doler y a la vez sanar todas nuestras heridas para poder comprender y aceptar cada vez más a nuestros seres queridos tal y como Dios los ama de verdad. Nadie te quiere solo por lo que eres, solo Aquel que es el Amor y quienes viven el amor desde Él.

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