Algunas consideraciones sobre el Evangelio, desde una perspectiva profana

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Por Eduardo Valdelomar (@lvadler)

Como la mayoría de los españoles de mi generación, fui educado en la religión católica, y participé en los primeros sacramentos, es decir, fui bautizado y recibí la Primera Comunión. Recuerdo con cariño al catequista que me preparó para ésta: el Padre Bolívar, un sacerdote claretiano al que me atrevo a describir usando los versos de Antonio Machado: “en el buen sentido de la palabra, bueno”. En el último día de catequesis, nos regaló a cada uno de sus catecúmenos un evangelio, haciéndonos prometer que leeríamos un poco cada noche. Suelo ser un tanto estricto en el cumplimiento de mis promesas, así que fui fiel a mi compromiso hasta el día en que al fin acepté mi falta de fe y, por lo tanto, me sentí liberado de mi promesa. Pero eso no ocurrió hasta los 22 años, de modo que durante 12 años de mi vida leí, cada noche, unos cuantos versículos del que, sin duda, ha sido el libro más importante de mi infancia y primera juventud.

El motivo de soltar este “rollo autobiográfico” es para justificar mi atrevimiento al escribir estas líneas. No soy un estudioso de las escrituras, no tengo la menor noción de Cristología y apenas me he acercado a la Biblia en general más que con un interés meramente antropológico. Jamás leí los Hechos de los Apóstoles y apenas algún fragmento de las cartas de San Pablo. Tampoco me he interesado nunca por los Apócrifos. Muchos de los que puedan leer este post sin duda sabrán más del origen de los cuatro evangelios incluidos en la Vulgata, de sus autores, y de las distintas versiones que se conocen de los mismos. Yo nada sé de todo eso, y sin embargo voy a compartir mis impresiones sobre lo que he leído e interiorizado a lo largo de muchos años, primero con afán de creer, después con intención de comprender, y siempre, con una profunda admiración. Voy allá.

Lo primero que me gustaría destacar es que es un libro que no ha envejecido. Eso se dice muy rápido, pero si nos paramos a pensarlo, muy pocos libros tan antiguos mantienen su vigencia hoy en día. Podemos en este sentido compararlo con las tragedias griegas; tratan sobre temas que están siempre presentes en el espíritu humano a lo largo de la historia: la búsqueda de la verdad, el amor, la lucha contra el mal, el temor a lo desconocido… El ser humano siempre se preocupará por estos asuntos, ya viaje en burro o en nave espacial, y eso contribuye a que estas obras, que abordan directamente nuestras inquietudes más íntimas, estén siempre de actualidad.

Pero el mérito no es solo de los temas tratados, sino también de la forma en que son tratados. El estilo es extraordinariamente directo, no se entretiene en prolijas descripciones ni abusa de adjetivos. Cada capítulo lanza su mensaje con muy pocas palabras, pero no por eso los personajes y las situaciones dejan de estar perfectamente descritos: todos nos hacemos una idea de qué tipo de persona es el fariseo, el soldado romano, el pescador galileo; los identificamos de inmediato en nuestra realidad cotidiana, y sabemos que, al igual que aquellos fariseos obraban el mal en nombre de Jahvé, los fariseos actuales hablan a menudo en nombre de sus dioses, o del propio Jesús… o del bien común, o de los desfavorecidos. Ningún arquetipo es más crudamente criticado en el evangelio que el fariseo, porque disfraza su mal de bien, y engaña a los inocentes.

Otro aspecto muy destacable del Evangelio es que es un libro para todos (cojo el término prestado de mi viejo amigo Nietzsche): vale para el niño y el anciano, para el ignorante y el culto. A lo largo de los doce años que estuve leyéndolo cada noche, cambié como persona, maduré, me formé, pero nunca percibí su lectura como demasiado compleja o demasiado infantil. Los teólogos saben que se puede profundizar indefinidamente en el Evangelio, que ofrece un campo de estudio infinito, pero la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro la puede entender un niño, y cualquier persona por ignorante que sea comprenderá sermón de la montaña. Y – permítanme insistir – eso se consigue con muy pocas palabras, con capítulos muy breves.

Como he comentado antes, la definición de los arquetipos humanos es uno de los aspectos más destacables del libro, pero no lo es menos la definición de los personajes concretos: Herodes, Pilatos, Pedro, Judas. A pesar de la brevedad del texto y del rol concreto que juegan en la historia que se narra, son personajes ricos en matices, en absoluto planos. Pedro es violento pero cobarde, noble pero iracundo, ama a Jesús pero le niega. La lucha interior de Judas es patente, y le lleva al suicidio tras recibir su recompensa. Pilatos recibe un trato muy especial: es un individuo culto, ajeno a la religión que condiciona al resto de los personajes. Jesús habla con Pilatos de una forma totalmente distinta a como lo hace con los judíos, ya sean discípulos o sacerdotes. Merece la pena detenerse en el diálogo de Lc 18, 33-38:

33 Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos?

34 Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?

35 Pilato le respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?

36 Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.

37 Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.

38 Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad?

Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito.

En solo seis versículos, podemos notar una evolución: Pilatos comienza el interrogatorio con condescendencia, y lo termina dejando una pregunta abierta que para él no puede tener respuesta: ¿qué es la verdad? Su conclusión es clara: “Yo no hallo en él ningún delito”. Teniendo en cuenta que los hombres que le habían llevado a ese reo para lograr una condena de muerte, ni siquiera aceptaron entrar en el Pretorio por no “contaminarse”, no es difícil imaginar que Pilatos sintiera más simpatía por Jesús que por sus captores.

El versículo 38 es en mi opinión un claro ejemplo de las grandes cualidades del Evangelio: cuatro palabras, una pregunta retórica de Pilatos, que nos ofrece mucha información. Jesús ha hecho reflexionar a Pilatos, ha despertado su interés, le ha motivado a intentar salvarle. Lo normal sería que un gobernador romano despachase ese asunto con rapidez y sin la menor implicación personal, pero no es así. Y eso no solo nos da información sobre Pilatos, sino también sobre Jesús, sobre el efecto que debía causar en los demás, fuese cual fuese su origen, su rol y su nivel cultural.

Llego así al aspecto que, en mi opinión, resulta más magistral del Evangelio: la figura de Jesús. Más allá de las palabras (predicaciones, sermones, parábolas), el libro construye una personalidad fascinante utilizando multitud de recursos. Un buen ejemplo es el caso de la mujer adúltera, descrito en Jn 8, 1-11:

Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. De madrugada, se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que tire la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

Podemos imaginar un grupo enardecido, armado de piedras y palos, conduciendo a una pobre mujer hacia su muerte. Y los líderes de ese grupo, aprovechando la coyuntura, intentan amedrentar a aquel cuyas enseñanzas temen. “Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra”. La escena tiene una enorme fuerza: Jesús se sitúa físicamente en un nivel inferior, se sustrae de la tensión del momento, y con toda calma escribe en el suelo. Podría parecer que los escribas y fariseos ganarán la partida; insisten en una respuesta, y entonces Jesús vuelve a alzarse, y desde su altura normal dice una simple frase, para a continuación volver a agacharse. No es solo la frase, la escena en su conjunto logra el objetivo: aquel grupo que segundos antes estaba dispuesto a matar a una mujer indefensa, reflexiona y se retira. No es un hombre normal quien puede lograr eso: en mi opinión, este párrafo expone la naturaleza sobrenatural de Jesús mucho mejor que cualquier milagro.

Pero los milagros también están presentes en el Evangelio: a fin de cuentas, se quiere presentar al hijo de un dios, y para muchas personas, sobre todo en su época, sería inimaginable que el hijo de un dios no realizase proezas. Sin embargo, es muy interesante el tratamiento que el Evangelio da a esos milagros: Jesús a menudo los realiza con fastidio y ante la insistencia de otros. En una ocasión le presentan a un enfermo y Él obra el milagro de perdonar sus pecados. Podemos imaginar la decepción de muchos de los presentes, y sin embargo queda el mensaje, tal vez para la posteridad, para otros lectores que puedan entender que en realidad el milagro del perdón es muy superior a la curación física. Y a continuación, cura la enfermedad física, y así todos contentos.

En general, los milagros de Jesús son de pequeña escala: no hay grandes columnas de fuego, mares que se abren ni lluvias de sangre. La divinidad de Jesús apenas se manifiesta con espectacularidad, salvo tal vez en el momento de su muerte, cuando los fenómenos que se producen en el cielo hablan al soldado romano en un idioma que él puede entender. Quien necesite milagros para creer, los tiene en el Evangelio, pero en absoluto son la piedra angular del mismo. Si hay una piedra angular, probablemente son las parábolas.

Antes comentaba que el Evangelio es un libro para todos, y la parábola es un claro ejemplo de eso: casos concretos que trasmiten con claridad una idea. Pongamos, por ejemplo, la parábola de los dos hijos, contada en Mt 21, 28-31:

¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos; dirigiéndose al primero, le mandó: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña». 29 Pero él le contestó: «No quiero». Sin embargo se arrepintió después y fue. 30 Se dirigió entonces al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: «Voy, señor»; pero no fue. 31 ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?

—El primero —dijeron ellos.

Jesús prosiguió:

—En verdad os digo que los publicanos y las meretrices van a estar por delante de vosotros en el Reino de Dios.

 Sencillo, claro y, como de costumbre, contado en muy pocas palabras. Parece casi evidente, y sin embargo es más que frecuente que otorguemos nuestra confianza antes a quien habla bien que a quien actúa bien. Quien dice que no irá a la viña, y al final va, cumple la voluntad del padre; pero quien dice que irá a la viña y al final no va, suele conseguir más votos y más escaños en el parlamento (ya me entendéis).

Para concluir, me gustaría incidir en otro pasaje que, en mi opinión, nos ofrece mucha información acerca de la personalidad de Jesús: la tortura a la que es sometido antes de su muerte. Volviendo a Lucas, en esta ocasión en el capítulo 19:

19  Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó.

Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura;

y le decían: !!Salve, Rey de los judíos! y le daban de bofetadas.

Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él.

Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: !!He aquí el hombre!

¿Por qué motivos se tortura a un hombre? Uno de los más frecuentes es para obligarle a confesar, a dar una información que se resiste a desvelar. También se puede torturar por mero sadismo, pero no parece que ninguna de estas causas motivara a Pilatos. Hay motivos más sutiles, como el que describe Orwell en su célebre obra 1984: en ella, su protagonista, Winston, es torturado sin más propósito que el de destruirle como persona, obligarle a renunciar a sus ideas y sus principios, para que cualquier rastro de resistencia al régimen sea borrado incluso de la mente de los condenados a muerte. Winston había escrito: “Libertad es libertad para decir: dos y dos son cuatro”, y es torturado hasta afirmar que dos y dos son cinco, tres, cualquier cosa, lo que diga el partido…

No parece descabellado que este fuera el verdadero objetivo de Pilatos: destruir la personalidad de Jesús, su dignidad, de modo que dejara de ser una amenaza y por lo tanto, fuera innecesaria su muerte. Pero no consigue su objetivo: Jesús es humillado y castigado físicamente, y finalmente presentado en público: “¡He aquí el hombre!” Y sin embargo, sus enemigos siguen reclamando su muerte: la tortura no ha destruido al hombre: el paso siguiente es la muerte.

Más de 2000 años después, sabemos que la muerte tampoco destruyó al hombre: en el momento de escribir estas líneas, vuelo sobre el índico habiendo dejado atrás un archipiélago donde la fe en aquel Jesús está extraordinariamente arraigada. Gentes de rasgos orientales que rezan al que un día fuera tan sólo el Dios de los Judíos, y a quien creen que es su Hijo, que vino a salvarles y en quien confían ciegamente hasta en la más adversa de las circunstancias. Los creyentes dirán que ese verdadero milagro es obra del Espíritu Santo. Yo no puedo coincidir en eso, pero sí creo que podemos llegar a una conclusión común: que un extraordinario libro ha tenido mucho que ver en que tantos millones de personas veneren hoy a un carpintero de Galilea.

10 Comments
  • Montse Martí
    Posted at 10:47h, 24 enero Responder

    Siempre es un placer leer a @LVadler. Y mantener una conversación con él, «aunque sea» (y sobre todo) a través de la palabra escrita, porque toda su humanidad transciende directa a todo tu intelecto, incluso a todo tu corazón.
    Ojalá todo aquel que se definiera ateo tuviera la capacidad de diálogo de Eduardo. No es una cuestión de creencias, ni siquiera una cuestión de fé. Es una cuestión de respeto, de educación, de interés, de empatía… y todo sin perder la propia identidad.

    Abrazotes, amigo. Muchas gracias por tu aportación.
    Montse.

    • Eduardo Valdelomar
      Posted at 11:39h, 24 enero Responder

      Gracias a ti por tu comentario, Montse. En efecto, los prejuicios no sirven sino para limitar nuestra visión. Ojalá fuésemos todos más capaces de compartir ideas en lugar de oponerlas.

  • Agueda
    Posted at 08:43h, 24 enero Responder

    Gracias por esta reflexión, Eduardo. Es curioso cómo consigues atraer con tus argumentos hacia el Evangelio, tú que no crees en él, haces de evangelizador, de apóstol. Parece que estás a muy poca distancia de conocer lo que los cristianos llamamos la Verdad. Quién sabe! un abrazo y como siempre hago #TeRegaloUnaSonrisa :))

    • Eduardo Valdelomar
      Posted at 11:37h, 24 enero Responder

      Gracias por tu comentario, Águeda. Siempre es bueno llamar la atención sobre los buenos libros, y este en concreto es excepcional.

  • Maricarmen
    Posted at 06:14h, 24 enero Responder

    Muy buen post, excelente reflexión. Gracias por el respeto a la fe ajena, aún que tu no la profetas, hablan bien de tu calidad humana y cultura amplia. Saludos

    • Eduardo Valdelomar
      Posted at 11:34h, 24 enero Responder

      Gracias a ti, Maricarmen. Siempre es agradable compartir experiencias e impresiones. Un saludo.

  • Daniel
    Posted at 05:19h, 24 enero Responder

    Hola Eduardo!

    No había caído en lo de los arquetipos! Y en lo de que los milagros de Jesús son de pequeña escala. Es verdad.

    Pero lo que más me ha gustado ha sido que en dónde vives, creo, haya tanta fe. Por supuesto, también tú tienes mérito, porque eres capaz de hablar del Evangelio sin prejuicios, y eso no lo hace cualquiera.

    Un saludo!!

    • Eduardo Valdelomar
      Posted at 11:33h, 24 enero Responder

      Gracias por tu comentario, Daniel. Para evitar malentendidos, te diré que vivo en España, pero el lugar al que me refería era Filipinas, el país asiático con más porcentaje de católicos. Voy allí con cierta frecuencia, y este post lo escribí mientras volaba de vuelta de mi última visita.

  • Xiskya
    Posted at 05:06h, 24 enero Responder

    Me ha encantado, Eduardo!!! Y espero los siguientes con muchas ganas!!! Gracias!!!

    • Eduardo Valdelomar
      Posted at 11:31h, 24 enero Responder

      Gracias a ti por la oportunidad de expresarme. En tu blog, sé que estoy entre amigos.

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