El Evangelio en los nuevos areópagos

La Vida Religiosa: El Evangelio en los areópagos de hoy 

Publicado en la revista Magnificat -2 febrero 2012

La autora, religiosa de Pureza de María, es filóloga y master en periodismo. Da clases en un centro universitario y colabora como reportera en el diario El Mundo. Para ese medio publicó el Diario de una peregrina durante los días de la JMJ.

Asombro. Consagración. Gozo. Y también liberación. Son las palabras claves de lo que supone la vida religiosa para mí. Lo intuía pero lo he confirmado gracias al periodismo. La vía por la que Dios me ha permitido tocar, con temor y temblor, un mundo saturado de deseos encontrados, de hambre de felicidad y de luchas por ‘tocar el cielo’. Al toparme con muchos seres humanos que sufren, que no son felices, que pasan auténticas necesidades y que necesitan (a veces incluso sin saberlo) una mano, un hombro, una palabra, o simplemente ser alguien.

Tuve la gran oportunidad de escribir para El Mundo el «Diario de una peregrina» durante la JMJ. Pero también me ha tocado cubrir alguna vez noticias de desalojos, asesinatos, juicios, política; hacer reportajes de subsaharianos, de las subidas de precios, de la selectividad, de los sindicatos, etc. Son los nuevos areópagos. Y cuando leo las palabras de Malaquías anunciando la llegada del Liberador, recuerdo rostros concretos, deseosos del Señor muchas veces sin saberlo: «… y de pronto entrará en su santuario el Señor a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza a quien tanto desean».

Entonces siento la responsabilidad, que tenemos los religiosos, de gritarles con nuestra vida: «¡Puertas, levanten sus dinteles, elévense compuertas eternas, para que entre el Rey de la gloria!», como canta el salmista. Y digo “con nuestra vida” porque, aunque es una obviedad, descubro este mundo muy cansado de sermones y muy necesitado de vidas creíbles que muestren con su coherencia, su paz y su perdón, a ese Rey de la gloria.

Jesús fue lo que hizo: «Precisamente porque él mismo fue sometido al sufrimiento y a la prueba, puede socorrer ahora a los que están bajo la prueba», dice San Pablo a los Hebreos. Se hizo igual a nosotros, excepto en el pecado. ¿No será que necesitamos abajarnos más como Él?

No como fruto de un voluntarismo, sino desde el gozo que sólo da la oración. El Papa Benedicto XVI nos lo decía bien claro:  “Sin el discernimiento, acompañado de la oración y de la reflexión, la vida consagrada corre el peligro de acomodarse a los criterios de este mundo: individualismo, consumismo, materialismo; criterios que hacen venir a menos la fraternidad y perder el encanto y el mordiente de la misma vida consagrada”.

Me lo han cuestionado más de una vez. Es nuestra fraternidad lo que hace pensar a los de fuera. Jesús lo dijo claramente, que puedan decir de nosotros: «Mirad cómo se aman». No nos creen cuando sólo somos fraternos con los de fuera de nuestras comunidades.

Claro que también el que sufre necesita encontrar en nosotros a un hermano cercano; el que no cree, necesita que le aceptemos y acojamos; el que pasa necesidad, necesita de nuestra pobreza. Aún cuando nos maldicen al darnos, incluso cuando nos persiguen como en la JMJ en Madrid, donde los jóvenes nos dieron a todos una gran lección: se arrodillaron cuando fueron insultados. Esto lo vi yo. ¿Acaso no estamos llamados a «poner la otra mejilla»?

Nuevamente, no como un esfuerzo voluntarista. Nos captan mucho más de lo que pensamos. Seremos capaces cuando al rezar Completas seamos sinceros al proclamar: «Mis ojos han visto al Salvador», como dice Simón, según Lucas. Liberados para liberar. Testigos fehacientes. No desde las burbujas donde muchas veces nos aislamos de este mundo complejo y difícil. Sí desde la cercanía y desde la vida sinceramente arraigada en Cristo y firme en la fe, con los brazos bien alargados para que quepan en un abrazo todos los hermanos.

Que por algo hemos sido consagrados y lo vivimos gozosos, como ese pequeño «resto de Israel». Consagrados como el Señor en su presentación en el Templo, para ser con Él «luz para iluminar a las naciones y gloria de su pueblo Israel».

“Buscáis a Dios en los hermanos que os han sido dados, con los que compartís la misma vida y misión. Lo buscáis en los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, a los cuales sois enviados para ofrecerles, con la vida y la palabra, el don del Evangelio. Lo buscáis, particularmente, en los pobres, primeros destinatarios de la Buena Noticia (Lc 4,18)…”, nos decía el Papa. Buscamos a Dios y queremos mantener la mirada fija en Él.

Por eso, la dificultad de la misión no nos desanima, al contrario, vivimos con la ilusión con que nos envía Su Santidad: “Id, pues, y haced vuestro el desafío de la nueva Evangelización en fidelidad creativa. Renovad vuestra presencia en los areópagos de hoy para anunciar, como lo hizo San Pablo en Atenas, al Dios desconocido”. Somos la vida religiosa, como el grano de trigo escondido en la tierra de este mundo.

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